MORAL CRISTIANA
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   La Moral es la ciencia teológica, o parte de la Teología, que estudia la bondad o malicia de los actos y actitudes humanos a la luz de la fe. Se diferencia de la Etica, que es una rama de la Filosofía, la cual estudia el mismo objeto desde la perspectiva de la razón.
   Estudiar los actos humanos es no sólo analizar las acciones externas, sino explorar también las intenciones y las actitudes que los originan. Es descubrir la libertad con la que actúa la voluntad de la que proceden. Es explorar las circunstancias que los rodean. Es examinar la conciencia que los consiente o promociona. Es comparar su contenido con las normas o leyes divinas y humanas a las que se ajustan o de las que se separan.
   La Teología moral se formula a sí misma el interrogante de su razón de ser como ciencia o rama teológica. Hay, o puede haber, una Teología, o Teodicea, natural o Filosofía religiosa. Y existe una rama de la Filosofía, la Etica, que estudia la con­ducta humana a la luz de la razón. Puede parecer superfluo hablar, además, de una Moral como ciencia, visión o planteamiento diferentes.
   La respuesta a ese interrogante varía notablemente según la actitud filosófica y religiosa desde la que se adoptan los criterios en que se funda. Mientras unos miran la Moral como superflua, otros la juzgan imprescindible.
   En la Catequesis y en la Pedagogía religiosa se deben asumir posturas de aprecio. No cabe duda de que, a la luz de la fe, es preciso recordar que Dios ha elevado al hombre a un fin sobrenatural y su conducta no puede ya juzgarse sólo desde perspectivas naturales. Se requiere explorar lo que Dios ha querido y revelado a los hombres, seres inteligentes, pero también sobrenaturales; y lo que, desde esa revelación, implica su comportamiento.
   No quiere ello decir que los aspectos racionales de la Etica no sean buenos y necesa­rios. Pero no son suficientes para quien tiene la inteligencia y la voluntad iluminadas y movidas por la gracia divina a la que no llegan las explicaciones de la razón.
   En esta perspectiva de fe es donde hay que situar la visión del Catequista, cuya misión es educar la conciencia desde la revelación y enseñar a valorar la conducta humana a la luz de la fe.
   Además, es preciso enseñar al creyente a vivir por encima de la razón, pues tal es el alcance del evangelio y de muchos de sus postulados.

   1. Evangelio y Moral

   La base de la moral cristiana es la revelación llevada a la plenitud por Jesucristo, Dios encarnado. Es su palabra y su persona las que hacen entender la moral. El mismo se proclama "Camino, Verdad y Vida" (Jn. 14. 6) y en sus enseñanzas se apoya la conducta del seguidor del Evangelio.
   En consecuencia, sólo desde la fe y desde la imitación de Cristo, y la atención a sus consignas, se puede definir y entender la moral cristiana.

  1.1. Revelación del Padre

  Las actitudes, las preferencias y los sistemas morales son muchos. Todos coinciden en la preocupación por diferenciar el bien del mal y en el deseo de marcar a los hombres el camino mejor para conseguir la rectitud en el obrar.
   Pero los criterios y las preferencias son diferentes y, a veces, opuestos del todo, sin que sea fácil discernir cuáles son los mejores.
   La moral cristiana no se reduce a ser uno más de los sistemas morales exis­tentes. Se presenta ante todo como el estilo de vida que se apoya en la Palabra de Dios: en la que comunicó a los hombres en el Sinaí (Antiguo Testamento); y en la que llegó a la plenitud con la predi­cación terrena de Je­sús (Nueva Alianza).
   La moral cristiana no es sólo un conjunto de normas. Más bien es el modo de vivir en conformidad con las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios. La conciencia es la fuerza motriz de la moral. Y la conciencia, iluminada por la fe, por la Palabra de Dios, es el alma de la moral cristiana.
   Esta moral no se detiene en el Antiguo Testamento, pero tampoco lo ignora. El mismo Jesús proclamó que no había venido a destruir la Ley de Moisés: "No penséis que he venido a destruir la Ley de Moisés y las enseñanzas de los Profetas. No he venido a destruirlas, sino a darlas su verdadero significado. Antes pasará el cielo y la tierra que deje de cumplirse una jota o acento de ellas."  (Mt. 5. 17-18)
   La voz que tenemos en nuestro inte­rior nos dice lo que es bueno y lo que es malo. Pero cuando se ilumina por las enseñanzas de Jesús, se vuelve más exigente y desconcertantemente benévola: manda perdonar a los enemigos, ofrecer la otra mejilla, hacer bien a los que se portan mal. La conciencia cristia­na debe ser educada a luz de esas deman­das, pues no realizaría su función iluminadora si sólo se apoyara en postulados naturales o sociales.


 

   La moral de la Iglesia, más allá de los avatares históricos (guerras, pena de muerte, propiedad) o de las sensibilidades diversas provocadas por variaciones geográficas (sentido de la familia, valoración de la mujer, limosna y justicia) tiene el fundamento en la Revelación progresiva de Dios, desde la primitiva depositada en el pueblo elegido de Israel, hasta la plena palabra divina traída por Jesucristo.
   Se centra en las virtudes y valores que la misma naturaleza humana reclama: libertad, dignidad, honradez, sinceridad, justicia, paz, abnegación, valentía, por una parte. Además añade desinterés, altruismo, caridad, incluso cuando debe asumir estos valores en grado heroico y en ocasiones extraordinarias.

   1.2. Jesús dice más

   La moral evangélica se desarrolla en conformidad con los criterios de Jesús y con las consignas del Evangelio. Jesús añadió ciertos reclamos al comportamiento humano que no podríamos en­tender por solas fuerzas naturales: gene­rosidad y desprecio de las riquezas, perdón a los enemigos, humildad para ocultar las propias obras buenas, etc.
   La Iglesia sigue esas consignas y perfila su moral en normas precisas que no quedan en meros recuerdos de las exigencias naturales. Añade, como me­dio de vivir conforme al estilo de Jesús, criterios generosos y audaces. Es alec­cionador el mensaje que en­contramos en el Evangelio de Mateo: "Habéis oído que se os dijo... Yo os digo más:
    - Se os dijo: no matarás. Yo os digo más: el que mira mal a su hermano, es condenado...
    - Se os dijo: no adulteres. Yo os digo más: el que mira a mujer mal, ya pecó.
    - Se os dijo: el que repudia, que dé acta... Yo os digo más: el que se casa con la separada, peca.
    - Se os dijo: no jures... Yo os digo más: decid sólo sí o no.
    - Se os dijo: ojo por ojo, diente por diente. Yo os digo más: si os dan bofe­tada en una cara, ofreced la otra...
    - Se os dijo: amad al prójimo y odiad al enemigo. Yo os digo más: amad a los enemigos."   (Mt. 5. 21-48)
    Con la luz de estas superaciones, es como encontramos el sentido verdadero de la moral cristiana, la de la nueva Ley, que es más exigente y es diferente de la antigua.

   1.3. Cristocentrismo

   Ante tantos sistemas morales como existen, el cristiano se pregunta si su moral no es uno más de ellos.
  ¿Cuál es el rasgo que define la moral cristiana? Esta es una pregunta clave; de su respuesta depende en gran manera la actitud moral del creyente.
   Es preguntarse si bastan los sentimientos, la razón, la intuición, la opinión de la mayoría o las demandas del cuer­po, para decidir si algo es bueno o malo.
   La moral cristiana sitúa a Jesucristo como cen­tro de todo juicio moral. Para clarificar lo que es evangélicamente bueno o malo, es preciso diluci­dar tres cuestiones básicas:
    -  ¿Cuál es la verdadera enseñanza de Jesús respecto a la conducta humana?
    -  ¿Cómo habla Jesús de las intenciones y de las actitudes humanas?
    -  ¿Qué postura adopta Jesús ante la ley y ante la comunidad?
   Un torrente de hechos significativos hacen posible hallar respuestas son decisivas a tales demandas.
  - Je­sús valora las acciones, no sólo las palabras: "No el que dice Señor, Señor, entra en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre". (Mt. 7. 21).
  - Jesús resalta la importancia del corazón y de sus designios: "Del interior del corazón es de don­de salen los malos pensamientos: adulterios, hurtos, homicidios..."(Mt. 15.19).
  - Jesús inicia una nueva ley, la del amor (Jn. 15.12), y proclama una nueva autoridad que no es la del templo, sino "la del Espíritu y la verdad". (Jn. 4.23).
   Estos y otros similares planteamientos hace a los cristianos juzgar con frecuen­cia los actos y las intenciones por encima de la razón. No se quedan en los hechos, para no caer en el pragmatismo; y no se limitan a las propias opiniones para no incurrir en el subjetivismo.

  1.4. Enseñanza de Jesús

   Lo más desconcertante de la moral que Jesús ofrece, según el testi­monio de los evangelistas, es la novedad de sus enseñanzas comprometedoras.
   Las gentes decían al oírle: "Jamás nadie ha hablado como este hombre habla... Es un nuevo modo de enseña­r. ¿De dónde le viene a este la doctrina?" (Jn 7. 46; Mc. 1. 27; Lc. 4.31)
   Sus mensajes morales pedían lo más difícil a los seguidores. "Bendecid a los que os maldicen, perdonad a los que os persiguen..." (Lc 6. 28; Mt. 5.44) "En eso conocerán que sois mis discípulos" (Jn. 23. 36) "Entrad por la puerta estrecha... Es la que lleva a la vida" (Mt. 7.13).
   Pero, al mismo tiempo, Jesús recordaba: "Mi yugo es suave y mi carga es lige­ra..." (Mt. 11. 30); o "Venid a Mí todos los que estáis cargados y yo os aliviaré." (Mt. 11. 28)
   Algunas veces los seguidores de Jesús pueden atemorizarse ante su doctrina y marcharse de su lado como algunos de sus primeros discípulos: "Dura es esta doctri­na ¿Quién podrá tragarla?" (Jn. 6. 61).
   Pero no faltarán los verdaderos "cris­tia­nos" que reconocerán con S. Pedro su postura ante el interrogante desafiante: "¿Tam­bién vosotros que­réis dejarme?.. ¿A quién iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna." (Jn. 6. 67-68)
   Por dura que parezca la orientación moral de Jesús, es el camino de la sal­vación. Es la invitación que se esconde en sus reclamos de conversión:
   - "Convertíos y creed en el mensaje de la salvación". (Mc. 1. 15)
   - "Dad al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios". (Mc. 12. 17)
   - "Vended vuestros bienes y repartid el producto a los pobres". (Lc. 12.33)
   - "Amad a vuestro enemigos y orad por los que os maldicen". (Mt. 5. 41)
   - "No juzguéis a nadie, para que Dios no os juzgue a vosotros". (Mt. 7. 1)
   - "Portaos con los demás como queréis que ellos se porten con vosotros". (Mt. 7. 12)
   - "No temas a los que pueden matar el cuerpo y no el alma". (Mt. 10. 26)

   1.5. Moral del amor

   El alma de la moral cristiana es el amor, no la ley. Los grandes principios cristianos se definen por la disposición a amar a Dios y al prójimo, lo que equivale a mirar al cielo y a la tierra.
   La escena evangélica del maestro de la ley que pidió aclarar cuál era el primer mandamiento de la Ley, refleja con niti­dez el sentido de la moral de Jesús:
  “¿Qué lees en la Ley?... "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con  toda tu alma y con toda tu mente..."
   Y yo te digo: "El segundo es semejante a éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
   De es­tos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas. (Lc. 10. 25-29; Mt. 35-39)
   Bien entendido, este doble precepto de la ley es el eje de la moral de Jesús y es la luz que alumbra al cristiano. Esa actitud de amor a Dios lleva a cumplir sus preceptos del Sinaí. Y ese amor al prójimo lleva a cumplir el "único mandamiento" de la Nueva Ley: “Un sólo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado." (Jn. 13.34).
   Tal actitud se prolonga en la enseñanza de la Iglesia por todo el mundo a lo largo de los siglos. Es lo que separa el cristianismo del judaísmo o de otras religiones.

 

   

 

 

   2. Objeto de la Moral

   El objeto formal y básico de la moral es la vida entera a la luz de lo que Dios reveló progresiva a lo largo de la Historia de la salvación. El hombre libre, ser inteligente que responde desde la fe a de Dios, es el sujeto de esa moral y promueve su propio modo de entender la vida y la conducta en la tierra.
   Ese objeto encarnado en ese sujeto se expresa y hace presen­te en diversos aspectos: los actos libres e inteligentes, las inten­ciones que los rigen, la respon­sabilidad de la conciencia de quien los ejecuta, las normas o leyes a las que se ajustan, las circunstancias que alteran esa respon­sabilidad.

   2.1. La conciencia

   El primer centro de atención moral no son las acciones en sí mismas, sino la conciencia que las rige moralmente: sus vínculos con la voluntad que hace posible el querer con libertad y sus luces en la inteligencia para discernir lo bueno de lo malo.
   La primera exigencia fundamental de la moral cristiana es escuchar la conciencia, como capacidad de opción y discernimiento y en cuanto actúa ilustrada por las consignas de Jesús.
   Nada hay más importante para el hombre recto que su conciencia libre. Ella es el reflejo de Dios en su mundo interior y en su acción exterior.
   Dios creó al hombre a su imagen y semejanza: libre, inteligente, capaz de elegir: "Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Y los hizo varón y mujer." (Gn. 1. 26-28)
   Esta semejanza con Dios significa que es capaz de pensar y de amar, que es libre y también creador, pues hace cosas en la tierra que Dios le encargó de cultivar y cuidar. Si le hizo capaz de amar y pensar, de ser libre y de actuar, le hizo responsable ante El y ante los hombres. El poder de elegir entre el bien y el mal es el eje de esa liberad de elección.
   El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "La conciencia es el juicio de la razón por el que la persona hu­mana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está hacien­do o ha hecho. En todo lo que dice y hace el hombre está obligado a seguir fielmente lo que su conciencia le dice que es justo y recto". (Nº 1778)

   2.2. Los actos humanos.

   Son los realizados con libertad y con responsabilidad. Los actos propios y los ajenos se valoran según el criterio moral que predomina en la mente del agente.
   En la moral cristiana existe, además de la razón, el elemento de referencia del Evangelio. No basta el análisis de las acciones externas, sino que se exploran las intenciones y las actitudes.
   Las intenciones hacen los actos más o menos personales. Las actitudes, libremente consentidas o promovidas, hacen a los actos más interiores.
   Ningún sistema moral da tanta importancia a esa efectiva vida interior como lo hace la moral cristiana, pues ninguno tiene tanta referencia a la persona, a su intimidad, a la libertad, a la voluntad, al poder de su inteligencia operativa.
   Los actos humanos y cuantos aspectos, impulsos, rasgos y condiciones los rodean, se configuran como el otro elemento central sobre el que versa la moralidad cristiana.

   2.3. Normas y leyes.

   Son las consignas grabadas en nuestra misma naturaleza y las que comuni­ca quien ejerce la autoridad. Los sistemas morales se enfrentan con la realidad de la ley y de la norma.
   En moral se requiere clarificar la relación entre norma y acto, entre ley y comportamiento, pero en referencia a la conciencia. Si esa referencia se anula o atrofia, los actos se quedan en el terreno del Derecho y de la Jurisprudencia. En cuanto dependen de la voluntad libre entran de lleno en la Moral.
   Si la ley es justa, y lo es cuando proviene de Dios a través de la autori­dad, la Moral reclama la acomodación de las acciones a sus demandas. Son morales las obras que se ajustan a ella. Fallan en la mora­lidad las que se apartan.
   Si la ley no es justa, no es más que un remedo de ley. No puede convertir­se en referencia de la moral. Incluso es inmoral ajustar el comportamiento a ella, si es abusiva, opresiva, deformada o desorien­tadora.
   La ley se convierte en elemento de referencia y objeto de la moral cristia­na, en cuanto resulta eco de la Ley suprema, que es el mismo Dios, y de lo que directamente emana de su Revelación.

     3. Rasgos de la moral cristiana

    Con esta perspectiva se pueden definir los rasgos de la "moral cristiana", nacida de la voluntad divina expresada en el Evangelio.
   - Es moral heterónoma, que se muestra como eco del mensaje de Cristo y mueve a los hom­bres a vivir con gozo la voluntad de Dios. Con la fe en esta cercanía divina, el cristiano posee una moral que es fuente de vida espiri­tual.
   - Es una moral personal, al mismo tiempo que objetiva. Trata de iluminar la con­ciencia de cada uno, teniendo en cuenta su dignidad, no su actividad. Y es social, pues lo que hacen los demás influye en los com­portamientos propio; y lo que uno hace transciende a los de­más de alguna manera.
   - Es una moral abierta, en la que  queda claro que el mensa­je de Jesús es orientador y no manipulador de los comportamientos. Es moral de libertad y no de coacción.
   - Es moral de opciones y las debilida­des de cada persona se valoran en función de la conciencia y no de la norma en sí misma o de los efectos de las acciones. Por eso se aprecian las circunstancias, se miran las intenciones, se aceptan las rectificaciones, se ofrece siempre el perdón, si surge el arrepenti­miento y el propósito de la mejora o del cambio de vida.
   - Es una moral con resonancias eclesiales y convivenciales, pues los cristianos forman una Comunidad de vida, en la que todos los mie­mbros participan de la misma gracia de Dios. Cada obra buena o mala re­percute en los demás. No se valoran los hechos morales sólo por el beneficio o perjuicio individual; se tiene en cuenta también la dimensión eclesial, que en el Evangelio es básica.
   - Es una moral objetiva, que no depende de los gustos cambiantes de los hombres o de los usos y modas. Existen los aspectos solidarios, los méritos y los deméritos compartidos, pero rige la responsabilidad personal e intransferible como condición de la convivencia.
   - Es una moral dinámica, viva, flexible, no relativista y subjetiva, pero capa de acomodarse a las personas y las circunstancias. Se adapta, en lo secundario, a los cambios culturales, aunque en lo funda­mental sigue idéntica a lo que Jesús enseñó.
   Quien tiene la dicha de formarse y orientar su vida en esa moral, sabe que camina seguramente hacia Dios y hacia su salvación. Quien se descarría y constituye como ideal de su vida el goce y el placer, el dominio y la arrogancia, el tener, el poder y el brillar ante el mundo, no puede entender la supremacía de la moral cristiana.
  Todos estos rasgos no están en contradicción con la exigencia, la sinceridad, la transparencia y la fidelidad. Jesús mismo lo recordaba: "Entrad por la puerta estrecha, que la puerta que conduce a la perdición es ancha y el camino fácil y son muchos los que pasan por ellos. Sin embargo, la puerta por donde se va a la vida eterna es estrecha y el camino difícil, y son pocos los que lo encuentran". (Mt. 7. 13-14)


  

   4. Fuentes de la moral cristiana

   Las fuentes de inspiración de la moral cristiana son los manantiales o los fundamentos que hay que preferir para juzgar el bien y el mal desde lo esencial.
   La Ley de Dios, la Ley de Je­sús, y la Ley de la Iglesia, son la misma Ley o voluntad divina. Dios habló desde el principio señalando un camino (Antigua Alianza). En la plenitud de los tiempos envío a su Hijo y culminó con El la Nueva alianza. Y tam­bién sus seguidores siguieron proclamando esa Alianza y dando cauces a los seguidores de Jesús para vivir conforme a ella. Es lo que solemos llamar Ley de la Iglesia. En el fondo son la misma y única Ley, pues son la expresión del plan salvador de Dios.
   Además de esa Ley como fundamento, y en conformidad con ella, hemos de aludir a los otros fundamentos de toda la vida moral:
  - La Autoridad de la Iglesia o Jerarquía, que ejerce el Magisterio por medio de los Sucesores de los Apóstoles. Ella tiene la misión de interpretar autorizadamente la enseñanza de Jesús y ella es la que "ata y desata en la tierra, quedando todo atado o desatado en el cielo." (Mt. 16.19)
  - En la Tradición de la Iglesia, la cual ha ido acumulando el sentir de todos los hombres creyentes que han vivido su fe en la Comunidad cristiana, se halla el refrendo de la Autoridad.
   Esa Tradición no representa sólo un respeto arqueológico y un recuerdo a los valores de la Historia, sino que es el testimonio de una presencia divina a lo largo de los tiempos. Esa presencia implicó siempre una protección, una iluminación y una garantía de continuidad y de seguridad.
   Pudieron equivocarse muchos miembros de la Iglesia, incluso desde la plataforma de la autoridad. Pero la Iglesia nunca erró como tal, pues tuvo la protección divina, tal como él mismo Fundador se lo había prometido.
   - También se puede decir algo similar la Comunidad de los que siguen a Jesús y comunitariamente se ayudan a distinguir el bien del mal. Ellos caminan con sinceridad hacia Dios como Pueblo elegido y como Cuerpo de Cristo y reciben la protección del mismo Jesús.
   - No se deben olvidar también otros apoyos significativos de la claridad en los planteamientos morales. La acción de los Teólogos, sobre todo de los moralistas, en cuanto miembros significati­vos de la Comunidad y del Pueblo de Dios resulta especialmente significativa. El servicio de su sensibilidad ética y de su inteligencia es importantísimo.
   La tarea de la conciencia de las per­sonas cristianas más entregadas a las tareas del Reino divino (santos, confeso­res, mártires, misioneros, contemplativos) adquiere un valor singular a la hora de discernir el bien y el mal.
   Y no menos importancia tiene también para cada caso moral y en cada situación ética, la conciencia del hombre honrado que busca sinceramente el bien y tiene que optar en situaciones difíciles, o debe apoyar a personali­dades menos ilustradas que la suya.

   5. Catequesis y Moral.

  La educación moral es imprescindible para el cristiano. Hay que enseñar a todo creyente a acercarse al verdadero men­saje de Jesús, que es tan vital como doctrinal, con claridad, sinceridad y segu­ridad. Eso es lo que significa que educación moral.
   El Evangelio no es una doctrina moral o social más entre las diversas opciones religiosas que se han presentado en la histo­ria de la humanidad. Es ante todo, y sobre todo, la adhesión a una Persona, que es la segunda de la Trinidad y es el Verbo Eterno del Padre celeste.
   En la catequesis hay que resaltar la dimensión moral de la vida cristiana, que no es otra cosa que capacidad de dife­renciar los bueno de los malo, lo incon­veniente de lo preferible. Sin la formación moral sólida y evangélica no hay educación y formación en la fe.
   Esto supone cinco grandes consignas pedagógicas.
   - La formación moral sólo es posible desde la adhe­sión a la Palabra divina. Hay que enseñar al creyente a aceptar el mensaje moral de Jesús y a ordenar su conducta desde las demandas y con­signas del Evangelio.
   - Las explicaciones de Jesús para llevar una la vida per­sonal y comunita­ria en seguimiento del Padre son exi­gentes, pero santificadoras y asequibles. "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial lo es." (Mt. 5. 48). Sólo quien educa la moral desde el Evangelio construye un edificio sólido y firme que permanecerá para siempre.
   - No hay antagonismo entre la moral evangélica y la moral natural. El Evangelio no destruye la naturaleza, sino que la eleva de categoría. El principio de que Jesús vino a "exigir más", no a proclamar nada diferente, debe ser clave en la moral evangélica.
   - La moral cristiana es personalista sin ser subjetiva. Es altruista sin ser extrovertida. Es abierta sin ser relativa. Hay que destacar el valor que tienen las actitudes personales con prioridad.
   Pero no se debe olvidar la dimensión comunitaria, que es la que perfecciona la personal. Por eso hay que enseñar con la misma intensidad a huir del individualismo y del intimismo y como del sociologismo y del colectivismo.
   - La educación moral se debe iniciar en los primeros años, en base a la correcta iluminación de la conciencia. La idea de que es preferible demorar la educación a los años en que la inteligen­cia se despierta en la adolescencia o en la juventud es nefasta, pues suscita el riesgo de abandonar la primera siembra en la virtud, en la justicia, en la honradez y en la recta libertad interior. Después será tarde para recuperar el tiempo perdido.
   Conviene recordar siempre las palabras sabias del Concilio Vaticano II:   "Hay que ayudar a los niños y adolescentes, teniendo el cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, a desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y conti­nuo desarrollo de la propia vida y en la consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma.
   Hay que iniciarlos conforme avanzan en edad en una posi­tiva y prudente educación sexual...
   Los niños y adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestar­les una adhesión personal." (Graviss. Educ. mom. 1)